El Nàstic comienza la Liga empatando en casa ante el Valencia Mestalla. Los granas no encontraron la fluidez y, aunque al final pudieron ganar, nunca se sintieron cómodos. Un anticipo de lo que les espera este año en Segunda B.
FRANCISCO MONTOYA | 27/08/2012 09:50
Tocará sudar, bregar y bajar al lodo. Tocará pelear cada punto y cada gol, morir en cada despeje. Tocará sufrir y, en ocasiones, esperar un empujón de la suerte. Tocará desesperarse con arbitrajes inverosímiles, echar de menos los lujos de la LFP y soportar con comprensión encuentros horrorosos. Y sólo si con todo lo anterior el Nàstic es capaz de demostrar que está entre los mejores, se podrá soñar con el regreso a Segunda.
No será ningún paseo, no. Por si alguien, por el lustre de los fichajes y el prestigio del historial, había tenido la tentación de así intuirlo. En absoluto. Claro que está entre los favoritos. Claro que el empate de ayer no debe pasar de accidente. Claro que, con todo lo difícil que lo puso el Valencia Mestalla, el Nàstic tuvo aun así su opción de ganar. Se trata sencillamente de asumir que el camino del éxito no será de rosas y perfumes, sino de barro.
Lo comprobó el equipo grana ayer en un debut espeso y gris en el que el resultado puede parecer bueno o malo en función de cómo se observe. Porque los granas mejoraron en la segunda parte, sí, y fueron superiores. Y empataron. Y tuvieron una ocasión como la catedral de Burgos para marcar el 2-1.
Pero, por otro lado, jugaron un primer tiempo soporífero, sin criterio ni continuidad, sin balón ni llegada. Ni paciencia. Y comenzaron perdiendo. Y, la verdad, mientras se retiraban al vestuario al descanso costaba imaginar cómo podrían meterle mano al filial valencianista si querían remontar. De modo que, visto así, el 1-1 no está tan mal.
Balonazos al cielo
Pronto se le habían apagado las luces al Nàstic de Kiko Ramírez en su estreno. Los granas tenían serios problemas para conectar con su doble pivote, con De Lerma sin protagonismo y Bezares agigantándose en la contención. No había paciencia en la creación y se caía de inmediato en el balonazo largo. Ocurría, además, sin maduración, casi a las primeras de cambio, lo cual multiplica las dificultades de una estrategia ya de por sí incierta.
Además, la delantera no era ayer precisamente un portento en cuanto a estatura, y por más que peleó y fue a la guerra, Eloy Gila –que al final fue titular– casi nunca consiguió generar segundas jugadas potables.
Sucede que, además, la ansiedad, la precipitación, las ganas desmesuradas de agradar y resolver, invadieron también a esos cuatro de arriba, por lo que, como añadido letal, cuando raramente los Calderón, Quintana, Haro y compañía lograron bajar algún balón al suelo, equivocaron casi siempre la estrategia a partir de ahí, con batallas por su cuenta, aceleraciones desmedidas y pases imprecisos.
Tanto ir al frontón tiene además la consecuencia secundaria de regalarle al rival la posesión en pocos segundos. El Mestalla, en cambio, sí la aguantaba. Sin peligro ni llegada, cierto, pero con más criterio e ideas claras. El partido, pues, era horizontal y tedioso. Incómodo pero inofensivo para los dos equipos. Ambos, se diría, a la espera del error.
Escenarios bloqueados así se resuelven en detalles, y el Nàstic salió malparado en ellos: primero, David Haro, tras perseguir un balón hasta el infinito, logró tocarlo antes que el portero rival, pero su vaselina la sacó bajo palos la defensa, puede que ya traspasada la línea. El Nàstic reclamó, pero el árbitro no concedió el gol, que quedó en fantasma.
Sólo tres minutos después, otro detalle: un grave error de entendimiento, coronado por la falta de contundencia de Mairata al no despejar en la frontal propia, propició el gol de Gaya. 0-1 al descanso. Mucho castigo para un Nàstic que había sido casi una nulidad en ataque pero que tampoco merecía ir perdiendo.
Lo compensó el empate relámpago de De Lerma a los 15 segundos de la reanudación, en lo que debe entenderse como el premio instantáneo al cambio de actitud grana. Salió el Nàstic del vestuario convencido de ir a buscar al rival arriba, de ir a robarle el balón allí para así asegurarse posesiones en zona peligrosa, y a la primera le salió. Apretó Calderón, que se hizo con el esférico y asistió a Eloy. Luego rechazó Felipe y remató la faena De Lerma con el empate.
El empuje no basta
A partir de ahí, y quitando un periodo de cinco minutos en los que al Mestalla le volvió a funcionar la posesión, fue el Nàstic quien se hizo con la iniciativa y quien jugó una segunda parte mucho más potable. Le faltó convertir llegadas en oportunidades, pero ahora por lo menos sí enseñaron algo de repertorio sus menudos mediapuntas. Mejoró la cosa aún más con Eugeni y Aarón Bueno, pero todo se limitó, en cuanto a productividad pura, a faltas, córners y disparos lejanos. Siempre faltó esa última ruptura. Ese pase. Esa chispa.
Sólo una vez lo logró Calderón. Se marchó de dos defensas con un gesto genial, y puso el centro raso para la llegada de Bueno, pero su leve remate se marchó increíblemente fuera. Una lástima, porque era el triunfo. Pero ningún drama, viendo cómo fue el partido, viendo las varias jugadas en las que el prometedor ariete rival Antony estuvo cerca de hacerle un traje a la zaga local, y viendo sobre todo que aún quedan 37 partidos más en los que mejorar, sumar puntos y acabar alcanzando la promoción. Eso sí: tocará sudar. Es una guerra.
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